"Buscamos llenar el vacío de nuestra individualidad y por un breve momento disfrutamos de la ilusión de estar completos. Pero es sólo una ilusión: el amor une y después divide"

domingo, 4 de octubre de 2009

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El paradigma había explotado enfrente suyo mientras sus ojos ansiaban ser capaces de reavivar el camino de ida de cada uno de ellos. Consecuentemente se sintió suspendido de modo absoluto en un máximo de la atmósfera, y no pasó mucho tiempo para que su liviano cuerpo se desvaneciese a merced de la gravedad y sea impulsado hacia el límite más lejano de la galaxia contigua. El sujeto analizó – o trató de hacerlo – al objeto tan rápido como pudo, pero la fugacidad con la que la escena cambiaba de forma y métodos le prohibió ahondarse en las más profundas cualidades de aquél. Quizás no había nada que entender, pero la genialidad de estar exento de los sentidos que corrompían su saber lo fascinaba: es que se encontraba vacío en el aspecto más subjetivo. No podía ver, sentir, moverse ni gritar; solamente se valía, entonces, de su racionalidad y coherencia, de la integridad intelectual que trataba de guiarlo por el sendero de una luminosidad paralelamente lúgubre. De repente pudo abrir sus ojos. Sintió el ardor de los haces de luz que emanaban los cuerpos atravesar el sentido reactivado; estaba empezando a preocuparse. Se manifestó en sí el primer signo de susceptibilidad: cuando fue capaz de hacer correr la imagen por sus retinas, sintió el oxígeno perderse en sus cavidades más inútiles. Tras el ahogo, imploró a su razón por calma, pero esta no lo oyó como quería: era ahora capaz de oír. El pánico se acrecentó al ritmo de los exorbitantes sonidos que lo ensordecían, y rogando a que todo volviera a la normalidad abucheó tan fuerte como pudo a su consciente. Pero era una conversación completamente banal ya que el receptor no recibía lo que el emisor emitía, porque estaba bloqueado por los sentidos que habían animado una vez más su espíritu odioso. Aún así, su juicio catalogaba y entendía lo sublime de la situación, pero ignoraba las causas y los porqués de su estadía en aquél fárrago lugar. En su afán por develar los secretos y misterios del medio, fue capaz de reconocerlo. Tendía de los hilos invisibles del cosmos en el vacio del universo que había conocido hacía un tiempo atrás en un póster didáctico en su librería favorita. Existía la posibilidad de que no sea coincidencia el calificativo que se le atribuyó al póster: podría no ser una coincidencia que le esté pasando esto. A pesar de que él no creía en las casualidades era aquello, probablemente, el impacto que debía recibir para empezar a hacerlo. Por otro lado, la situación le daba las herramientas para valerse de su juicio lógico; es que a pesar de no estar completamente electrificado por la vida y sus pasiones, dos de las cabezas del dragón se habían despertado y él había logrado derrotarlas sin más que con un mínimo esfuerzo. Pero las sensaciones escatológicas que estaba experimentando lo estaban consumiendo y calaban lo más insondable de su alma. En su organismo biológico, la sangre se había declarado en huelga y el frío había actuado como suplente de la anterior: un tercer sentido se levantó. Podía oler. Los confusos y desconocidos aromas penetraron su dimensión y lo reposaron en un trance efímero que lo hizo moverse bruscamente en busca de respuestas. Pero encontró nada, sino que había logrado cortar los hilos que lo sostenían y estaba, ahora, cayendo al vacío más enfermizo que alguna vez había visitado. No podía valerse de su verdad ahora, tenía que saber que iba a morir. Porque sus pasiones formaron una barrera entre su anatomía, y no podían ver, oír y oler más que muerte. Asimismo escuchó el estruendo que dos planetas quejaban al coalicionar y formar uno multicolor; al mismo tiempo que las aves más exóticas rodearon su cuello y empezaron a tirar de él, junto con la avalancha más extraña de insectos jamás vista. Sentía dolor, sufría las consecuencias del cansancio cotidiano y vulgar, del sueño que provoca la rutina y del ensueño de la realidad cínica que se abanica en el día a día delante de él. Despertó. No dio cuenta del río de sudor que yacía en la comodidad del ambiente. Concluyó, entonces, en que los sentidos solamente traicionan su filosofía, en que es su alma la encadenada entre millones de fieras sedientes de pasiones y hambrientas de carne. Concluyó, entonces, en que su vida debía seguir igual.


Aprender a aprender de otros.


Admiración ante la racionalidad del texto.

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